“Un gran paso para
caminar en paz,
es dejar de culpar a
otros por tu sufrimiento.”
Gautama Siddharta; “Buda”
Dedicado desde tiempo atrás y para más, a todos los héroes de capa blanca, verde, azul, gris o negra, que siguen siendo nuestros máximos combatientes; los soldados de la primera línea de batalla, que nos defienden y que aún siguen luchando infatigablemente por nosotros contra esta dura enfermedad. A Ustedes mi reconocimiento, mi respeto, mi cariño y mi esfuerzo.
F. Darinel
EL CAMINO DE HOY
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Hace unos días, por “noticias”, medite otra vez sobre lo fácil que le fue a cierto personaje lograr la gubernatura de nuestro estado, donde lo que me llamó de nuevo la atención, es que por pertenecer a la juniorcracia le facilitaron todo y le allanaron el camino como pista aérea, luego él le refacilitó el camino a otros que tampoco se han esforzado mucho o nada, y los encumbró, donde algunos de esos se atreven a asegurar que por propio esfuerzo lo lograron, que por cierta cultura; vil falsedad.
Necesidad
Cuando estaba en esta reflexión, recordé la carta de un militar dirigida a su hijo, como la carta de Douglas Mc Arthur, quien casualmente también fue militar y que también dirigió una a su hijo. Esa carta a la que me refiero, la cual quise; desde que la leí, compartirla otra vez con Ustedes; amables lectores, y no porque hoy no haya qué comentar, sino por la necesidad de que; hoy más que nunca, como intitulara su libro Don Luis Spota: “Hace falta un muchacho”, y porque están por iniciar otros.
Aclaración
La carta que a continuación les compartiré, por respeto literario y a su autor, no le pondré los intertítulos que acostumbró a cada párrafo escrito, tan sólo la dividiré en ellos para no hacerles cansada la lectura y para que la disfruten y reflexionen, así que amables y respetados lectores no se diga más, aquí va:
La carta
“Cajeme (hoy Saltillo); Sonora, junio 27 de 1928.
Sr. Humberto Obregón
México, D. F.
Mi querido hijo Humberto:
Este día reviste de gran trascendencia en tu vida, porque marca la fecha en que llegas a la mayoría de edad (en ese entonces era a los 21 años), produciendo este acontecimiento la transición de mayor importancia en la vida del hombre.
Hoy asumes, por ministerio de ley, el honroso título de ciudadano y te substraes de la patria potestad que a tu padre ponía en posesión de la dirección de tus actos; asumes por lo mismo, toda la responsabilidad de tu futuro, sin que esto signifique –por supuesto- que yo me considere relevado de la constante obligación que los padres tenemos para aconsejar y apoyar a nuestros hijos.
Y he querido, con motivo de esta fecha, darte algunos consejos derivados de los conocimientos adquiridos con mi experiencia y con el conocimiento del corazón humano, que la intensidad de mi vida me ha permitido adquirir y del privilegio que del destino he recibido al permitirme actuar en todas las clases sociales que integran la familia humana.
No pretendo incurrir en el error tan común en los padres, de querer transmitir su propia experiencia a los hijos; si la juventud es tan hermosa, lo es precisamente porque carece de esa experiencia.
La experiencia no es sino el resumen de todas las rectificaciones que el tiempo, al transcurrir, viene haciendo del bello concepto que de la vida y de nuestros semejantes nos formamos, desde que entramos en posesión de nuestras propias facultades.
Lo primero que necesitan los hombres para orientar sus facultades en la vida, y para protegerse y defenderse de las circunstancias que es son adversas y que por causas ajenas a su voluntad convergen sobre su voluntad, es clasificarse (o más bien dicho ubicarse, situarse y saber quién es uno mismo).
Clasificarse ha sido uno de los problemas, cuyo alcance, son muy pocos los que saben comprender. Tú debes, por lo tanto, empezar por hacerlo y voy a auxiliarte con mi experiencia.
Tú perteneces a ese grupo de ineptos que integran, con muy raras excepciones, los hijos de personas que han alcanzado posiciones más o menos elevadas, que se acostumbran desde su niñez a recibir toda clase de atenciones y agasajos, y a tener muchas cosas que los demás niños no tienen y que van por esto, perdiendo la noción de las grandes verdades de la vida y penetrando en un mundo que les ofrece todo sin exigir nada, creándoles una impresión de superioridad que llega a hacerles creer que sus propias condiciones son las que los hacen acreedores de esa posición privilegiada.
Los que nacen y crecen bajo el amparo de posiciones elevadas, están condenados por una ley fatal, a mirar siempre para abajo, porque sienten que todo lo que les rodea está más abajo del sitio en que a ellos los han colocado los azares del destino, y cualquier objetivo que elijan como una idealidad de sus actividades, tiene que ser inferior al plano en el que ellos se encuentran.
En cambio, los que pertenecen a las clases humildes y se desarrollan en el ambiente de modestia máxima, están destinados, felizmente, a mirar siempre para arriba porque todo lo que les rodea es superior al medio en que ellos actúan, lo mismo en el panorama de sus ojos que en el de su espíritu, y todos los objetivos de su idealidad tienen que buscarlos siempre sobre planos ascendentes.
Y en ese constante esfuerzo por liberarse de la posición desventajosa en que las contingencias de la vida los han colocado, fortalecen su carácter y apuran su ingenio, y logran en muchos casos adquirir una preparación que les permita seguir una trayectoria siempre ascendente.
El ingenio, que no es una ciencia y que, por lo tanto, no se puede aprender en ningún centro de educación, significa el mejor aliado en la lucha por la vida y solo pueden adquirirlo los que han sido forzados por su propio destino a encontrarlo en el constante esfuerzo de sus propias facultades.
El ingenio no es patrimonio de los niños o jóvenes que (no) han realizado ningún esfuerzo para adquirir lo que necesitan.
El valor de las cosas, lo determina el esfuerzo que se realiza para adquirirlas y cuando todo puede obtenerse sin realizar ninguno, se pierde la noción de los que el esfuerzo vale y se ignora el importante papel que éste desempeña en la resolución de los problemas importantes de la vida, y el tiempo que nos sobra, nos aleja de la virtud y nos acerca al vicio, y éste es el otro factor negativo para los que nacen al amparo de las posiciones ventajosas.
Todos los padres generalmente recomiendan a los hijos huir de los vicios. Yo he creído siempre que existe un solo vicio, que se llama “exceso” y que de éste, deben todos los hombres tratar de liberarse. Yo conozco casos de muchas personas que de la virtud hacen un vicio, cuando se han excedido en practicarla. Procura siempre no incurrir en ningún exceso y nadie podrá decir que tengas un solo vicio.
El objetivo lógico de todo hombre que se inicia en la lucha por la vida, debe de encaminarse a obtener todo aquello que le es indispensable para la satisfacción de sus propias necesidades.
Obtener lo indispensable y hasta lo necesario resulta relativamente fácil para un hombre honesto, que no practica ningún exceso que le reste su tiempo y le mengüe los ingresos de su trabajo.
Cualquier esfuerzo encaminado a realizar estos propósitos, estará siempre justificado y es siempre reconocido por todos nuestros semejantes, pero si se incurre en el error, tan común desgraciadamente, de caer bajo la influencia de lo superfluo, todo sacrificio resultará estéril, porque el mundo de lo superfluo es infinito, no reconoce límites y son mayores sus exigencias mientras mayor satisfacción se pretende darle.
Es lo superfluo el más grande enemigo de la familia humana, y a este imperio de la vanidad se ha sacrificado mucho del bienestar y de la tranquilidad que los hombres disfrutarían, si a sus imperativos hubieran logrado substraerse, y se ha perdido mucho del honor que en el holocausto a lo superfluo se ha sacrificado.
De todas estas verdades, solamente pueden librarse los que, teniendo un espíritu superior, llegan a constituir las excepciones de las reglas que siempre se refieren a los casos normales. Si tú logras constituir una de esas excepciones, tendrás que aceptar que has sido un privilegiado del destino, logrando así para honor tuyo y satisfacción de tu padre, librarte de los precedentes establecidos y podrás crearte una personalidad propia, cuyo merito lograrás sin esfuerzo que todos reconozcan.
Estos son los deseos de tu padre y lo serían de tu madre, si a ella el destino no la hubiera privado de la infinita ventura que una madre debe experimentar, cuando su hijo primogénito llega a su mayoría de edad, sin haberles dado a sus padres un motivo de rubor o pesar, como es el caso tuyo.
General Álvaro Obregón”
Agregado
El inédito documento original fue subastado y publicado en la revista “Mira”, sorprendiendo por la actualidad de su contenido. El remitente, Álvaro Obregón Salido, nació en la Hacienda de Siquisiva, Navojoa; Sonora, el 19 de febrero de 1880, y murió en la Ciudad de México, el 17 de julio de 1928. Este militar y político mexicano participó en la Revolución Mexicana y fue el presidente número 48 de nuestro país, gobernando del 1 de diciembre de 1920 al 30 de noviembre de 1924.
Que la paz reine en sus hogares
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