Alejandro Molinari
Querida Mariana: dicen que el tiempo se va como agua. Y para ilustrar el dicho colocan un poco de agua en la palma de la mano y un reloj en la mesa. Tiempo después el agua desaparece y los segundos han avanzado y desaparecido. Bonito ejemplo para entender el paso del tiempo.
Mi sobrina Pau, en lugar de colocar el agua en la palma de su mano lo puso en un vaso de cristal y me vio con la cara de sabihonda que pone cada vez que me pone en problemas.
Nada dijo, pero eso botó el ejemplo del principio. El agua no se fue como sí se fue el tiempo.
Pensé en la presa de La Angostura. Ahí, el hombre detuvo el agua mediante una cortina de cemento. No sólo la detuvo, sino que la controló. Gracias al genio humano desvía el agua hacia canales donde el chorro activa turbinas que generan energía eléctrica.
Después de su carita de búho, Pau me preguntó si era posible detener el tiempo, así como detenemos el agua.
Le dije que no. Ella insistió en la posibilidad, dijo que Einstein demostró, hace años, que el tiempo es relativo y dijo que algún día, un científico descubrirá cómo meter el tiempo adentro de un vaso, dijo que siempre ponemos el tiempo en la palma de la mano y, por supuesto, ahí el tiempo se escurre con la misma velocidad que lo hace el agua.
Pau siempre me deja pensando. Pienso que el tiempo, desde siempre, es como el universo: se expande y no hay forma de contraerlo. Sin embargo, pienso que no hay que desechar a la primera el pensamiento de Pau. Tal vez, en algún momento el genio humano encuentre la forma de detener el tiempo y, como si fuera agua adentro de una presa, controlarlo para generar más vida.
Sí, lo que dijo Einstein es cierto: el tiempo es relativo. El científico demostró que si un compa viajero supera la velocidad de la luz estará en un tiempo diferente al que vive el compa que no se trepó a esa nave.
Claro, que una nave supere la velocidad de la luz está en chino. Sólo para cerrar la puerta que abrió mi sobrina recordaré un conocimiento que aprendí en clase de física en la preparatoria: la velocidad de la luz es de 300 mil kilómetros por segundo. ¡Pucha! Mi amigo Romeo se siente muy orgulloso cuando dice que cuando viaja en su auto a San Cristóbal lo hace con una velocidad de ciento veinte kilómetros por hora.
Yo tiemblo cuando trepo a un auto que va a más de cien kilómetros por hora. ¿Cómo será trepar en una nave que viaja a trescientos mil kilómetros por segundo?
Pero, bueno, vos preguntarás: ¿por qué tema tan extraño en esta carta? Resulta que ayer, en una plática en Messenger, Raúl me preguntó cuánto tiempo son sesenta y cuatro años, número que indica nuestra edad; es decir, los sesenta y cuatro años vividos ¿son muchos o apenas es zaguán para el resto de vida?
Se me ocurrió decirle que, si Einstein dijo que el tiempo es relativo, entonces la edad también lo es, porque la edad está hecha de tiempo, que son contados en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años.
En mi novelita “La tarde que conocí el cine” aparece un personaje que se llama Alejandro, que tiene cincuenta y seis años de edad, pero como él contabiliza su edad por décadas dice que tiene una edad de 5.6. Ahora que lo pienso veo que mi tocayo logró modificar el tiempo. Tal vez para abrir más la ventana que abrió Pau sea necesario hacer un cambio en la contabilidad del tiempo terrenal. No sé. Es una posibilidad. Alejandro, de “La tarde que conocí el cine”, se siente pichito, y, ya cercano a la edad que ahora se llama de la tercera edad, él tiene una gran ilusión ante la vida, porque no es lo mismo tener una edad de 5.6 que tener 56.
Y como me metí en este tema pensé en todo lo que significa el concepto tiempo. Estamos hechos de tiempo. Los expertos en cuestiones de lenguaje dicen que tenemos tres tiempos verbales: el pasado, presente y futuro. Claro, ya luego hay tiempos verbales con nombres raros como pretérito pluscuamperfecto. ¡Dios mío! Suena como cara de tacuatz arriba de un techo a punto de caer.
Pero los expertos en cuestiones de vida nos dicen que, en sentido estricto, el único tiempo es el presente, y concluyen con el sentido común de que el pasado ya no está y el futuro aún no aparece, ni aparecerá, porque cuando el supuesto futuro llega se vuelve presente, en automático.
Por eso, hay gente que insiste en dejar de lado la contabilidad de los días, porque no hay más que el instante presente.
Pensé que en mis sesenta y cuatro años de vida he acumulado miles de instantes y en este tiempo he tenido muchas experiencias, experiencias sensoriales, espirituales, intelectuales, virtuales, y demás ales.
No soy amante de los deportes, pero durante este tiempo he acumulado nombres de algunos famosos del mundo, que han sido representantes de las décadas vividas. Por ejemplo, en la carretera del fútbol soccer reconozco a Pelé, Lev Yashin, la Tota Carbajal (Tota, maravilloso sobrenombre), Chava Reyes, Enrique Borja, Pichojos Pérez (quien, según Rosario Castellanos, fue motivo de plática de su hijo Gabriel con un señor en el vuelo de Barajas a Barcelona, cuando iban a quedarse a Israel, en el año 1971) La Cobra Muñante, Hugo Sánchez, Jorge Campos y algunos más. Y resulta que, de estos tiempos, en que el fútbol soccer sigue sin ser materia de mi interés, pero donde veo algunos partidos por la televisión, no reconozco más que al famosísimo Messi y al fallecido Maradona, buen deportista por su capacidad futbolística, pero mal deportista por su afición a la droga.
Y si hago un escaneo a los demás temas sucede lo mismo; es decir, tengo más referentes del pasado remoto que del pasado cercano. En música tengo muchos nombres de cantantes famosos: Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Vargas, Julio Iglesias, José José, Los Panchos, Manoela Torres, Rocío Dúrcal, Vicente Fernández, Joan Manuel Serrat (el gran Joan Manuel, el fantástico autor de canciones geniales como esa que se titula “Las pequeñas cosas” y que en unas de sus líneas dice: “Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia” pero no, por ahí andan detrás de la puerta y cuando menos lo esperamos ¡aparecen!, son las pequeñas cosas. Pucha.
Y no quería volver al tema, pero mirá, ahora que recordé a Serrat apareció otra vez la palabra tiempo. Según lo que dice el autor el tiempo también mata lo pasado. Pues no. El tiempo es relativo, pero no es asesino. Si alguna cosa desaparece de la memoria es porque ésta es traviesa y tiene muchos túneles donde el pasado se esconde.
Pero, digo que si ahora busco en mi memoria nombres de cantantes de estos tiempos aparece un número menor y, para fastidiar el día, en primer lugar está el guatemalteco Arjona. ¡Uf! Luego aparece Juan Gabriel, La Fourcade y el pizarrón comienza a quedarse en blanco. Si hago un esfuerzo aparecen los nombres de Bosé y de Maluma, de quien, por fortuna, tengo el privilegio de no haber escuchado ninguna de sus canciones, pero su nombre me suena, me suena más que sus canciones, gracias a Dios.
Lo que quiero decir es que tengo el Síndrome del Comitán actual, que consiste en la frase que repiten los mayores: Comitán ya no es lo que era, ahora ya nadie se conoce. Antes, como era un pueblo pequeño todos se conocían y podían decir los nombres y los apodos, ¡faltaba más! Pero, ahora, con una población de más de ciento veinte mil habitantes ya hay muchas caras desconocidas.
Y algo similar me sucede con el cine: conservo más nombres de actores y actrices anteriores que del cine presente, y lo mismo sucede con los nombres de directores. Hablo del cine internacional, del cine mexicano el vacío es más impresionante. Recuerdo muchos actores del cine mexicano de los años sesenta y setenta y desconozco casi en su totalidad a los de estos tiempos. Sé que vos, como apasionada del tema, tenés presente a los viejos y a los contemporáneos. Es tu pasión, es comprensible.
Pienso que ante tanta información mi mente se ha vuelto más selectiva y sólo está pepenando lo que es de mi interés real: la literatura. Los escritores sí han tenido una secuencia sensacional, acumulativa. Los autores recientes se agregaron en forma natural a los nombres anteriores.
Posdata: los cuerpos de los mortales se deterioran con el tiempo. Sé que a medida que pasan los instantes de mi vida y el presente se vuelve pasado mi memoria pierde capacidad. Si desde siempre fui memoria pichancha, a la edad de 6.4 ya no tiene la potencia que tenía a los 3.1. Y eso hablando de la memoria, pero podría hablar de otras partes del cuerpo. Mejor ahí la dejo.
El vaso que contenía el agua se evaporó. El tiempo no perdona.