Alejandro Molinari
Querida Mariana: me pongo de pie y saludo a doña Malenita, y al saludarla a ella saludo a Ricardo, quien me envió la fotografía, y saludo a Comitán, porque en esta fotografía de Ricardo Castro está sintetizada parte de la esencia del pueblo.
Vos sabés que Ricardo me comparte fotografías de aves. Ahora, por primera vez me compartió la foto de una señora en su puesto del mercado Primero de mayo.
Al principio me sorprendí por el cambio, pero, un segundo después, pensé que Ricardo sigue fotografiando lo mejor de las aves de la región. Doña Malenita es un pajarito; un pajarito que alegra el bosque comiteco. Hay cientos de Malenitas que llegan al mercado y con sus caritas alegres completan el paisaje visual y sonoro.
Me pongo de pie y saludo a doña Malenita y al saludarla a ella saludo a cientos de mujeres comitecas que, desde siempre, son pilar fundamental de sus hogares.
Todas las mañanas, como hormiguitas diligentes, cientos de mujeres que viven en rancherías y en ejidos llegan a Comitán, llegan a ofrecer los productos que siembran y cosechan en sus huertos. Amín Guillén las ha honrado con textos y fotografías; Luis Aguilar les amarró una cinta de luz perenne en la escultura que está en el parque. Ah, qué trabajadoras las Malenitas comitecas, qué mujeres tan sublimes, tan hermosas. Sus pies, modelados en la fragua del trajín diario, se han movido diligentes desde siempre, por las brechas, por las sendas polvorientas, por las calles empedradas, por las calles pavimentadas matizadas con baches. Esos pies conocen el aroma de la tierra mojada y la caricia punzante de las piedras, de los cristales rotos. Sus manos, primas hermanas del aire y del trueno, hurgan en la tierra, descuelgan frutos en las ramas y dan forma geométrica al maíz en los comales. Mujeres hijas del cielo más bueno, del cielo afectuoso, del que llueve bendiciones sobre el espíritu del hombre.
Ricardo, siempre respetuoso del ser total, del ser completo, acude al mercado con la misma satisfacción con que acude a su rancho. Su mirada abarca todo, sabe que ese espacio es una extensión del campo. Mucho de lo que ahí ofrecen las Malenitas de Comitán nació en la tierra regada por bendita lluvia.
¿Y desde cuándo conocés a doña Malenita?, le pregunto a Ricardo, mientras disfruto la fotografía y veo la actitud de la mujer buena. Ricardo dice que la conoce desde hace mucho, y me cuenta que siempre que va al mercado la encuentra sentada, con sus cubetitas, con sus canastos y con una sonrisa en los labios. Sí, así se mira en esta fotografía, hay algo como una mariposa apacible que bendice su boca. Ricardo dice más de ella, dice que es una persona muy agradable, cuenta que siempre se pone a platicar con ella, que disfruta las anécdotas que ella le cuenta; y, ya encarrerado, sigue aventando nubes en el cielo de doña Malenita, dice que es una persona que irradia alegría, con una sencillez enorme.
De todo este ramillete de palabras, entregado por Ricardo, cada uno de nosotros puede, querida mía, elegir las flores más decidoras, las más olorosas, las que tienen la esencia del monte, el aroma del campo. A mí me encantan esas dos últimas palabras que Ricardo dijo y que, tal vez, sintetizan, al lado del trabajo laborioso, la esencia de las Malenitas de este pueblo: alegría y sencillez. Sí, en medio de la dura vida que llevan, ellas muestran sus mejores rostros y confirman el dicho: al mal tiempo ¡cara de Malenita, de cenzontle fastuoso!
Imagino el diario trajín de doña Malenita, pero no lo tengo bien apersogado. ¿A qué hora se levanta? ¿A qué hora va al huerto y cosecha lo que ofrecerá más tarde en el mercado? ¿En dónde tiene colgadas esas bolsas tejidas con plástico, tan coquetas? ¿En dónde las cubetas y los canastos? Al salir de su casa ¿cuánto camina para llegar a la terminal del colectivo? ¿A qué hora llega al mercado? ¿Cuánto tiempo tarda en armar su tinglado? Un tinglado sencillo, como ella, con un banquito para que se siente y con cajas que le sirven de soporte para los trastos donde, en forma amorosa, coloca los productos.
¿Mirás qué riqueza de oferta? Detenete tantito en la imagen, por favor, y pasá (paseá) tu mirada en esa riqueza gastronómica, donde está, como en nicho, sintetizada nuestra identidad.
Mi mirada, lo sabés, es oblicua, mi conocimiento de la vida es esdrújulo. No sé los nombres de los pájaros, de las flores, de las personas, de los materiales con que se construye la vida. Pero Ricardo sí tiene aprehendidos los nombres de las cosas, de las esencias de las cosas, sabe el nombre preciso para decir ¡vida!
Ricardo hizo un recuento de lo que ofrecía doña Malenita esa mañana: huevitos de rancho; sí, por supuesto que tienen un sabor especial, porque las gallinas que pusieron esos huevos tienen una alimentación diferente a la de las gallinas que están encerradas en galeras. Las de rancho carrerean libres por el campo, por eso, ¡qué bobera lo que diré!, ponen huevos felices.
Luego, Ricardo mencionó el pempenchile, acá está al natural; tengo varios amigos que compran una, dos, tres o cuatro medidas y los preparan con limón y sal y los colocan en botecitos de cristal y así lo sirven en la mesa a la hora de la comida. ¡Ah, qué riqueza! Dicen que el tamaño importa, pero al pempenchile ese dicho le vale cacahuate, porque es chiquito pero bien picoso, pica más, mucho más, que unos chiles grandes y gordos. Doña Malenita tiene un sentido exquisito de la estética. El chilito verde lo coloca en un traste de color verde. El polvojuan lo coloca en un trasto del mismo tono, un poco más subido, como si sintiera el picante de ese exquisito complemento de las naranjas, mangos, lima de pechito, jícama, jocote verde (jocotío verde), esquites y elotes asados.
Los huevos los recogió de los nidos de las gallinas; los chiles los cortó de la mata, pero el polvojuan lo hizo, con sus manos, primas de las orquídeas más hermosas. Lo mismo sucedió con el siguiente producto y con el otro y con el otro. ¿Ya miraste qué ofreció doña Malenita esa mañana? Sí, pura exquisitez: pepita molida, tzisim y algo que Ricardo dice que se llama pektech. El pektech es lo que asoma sobre esos manteles de hoja de plátano.
En Comitán, al tzisim le llaman el caviar comiteco. Está considerado como una verdadera delicia para el paladar. He visto las caras de quienes se preparan un taco con puro culito de tzisim. ¡Ah, qué gozo tan singular! Bueno, Ricardo dice que el pektech es otro antojo exquisito. ¿Qué es el pektech? Ricardo me dijo que son larvas de una abejita especial. Doña Malenita descuelga completo el panalito y los trozos donde están las larvas los mete en agua de sal y luego los coloca sobre las brasas. Ricardo comenta que es, como dirían los italianos, bocado de Cardenal.
El otro día apareció un científico explicando que la pepenada del tzisim afecta al ecosistema; también aparecen grupos veganos que hablan de la crueldad a que se someten las hormiguitas culonas; lo mismo puede decirse del pektech. Pero, sin duda, lo mismo puede aplicarse a cientos de platillos que el mundo disfruta. No sé. Yo, lo sabés, no como carne y de lo que acá vende doña Malenita sólo compraría la pepita molida, un frasquito de miel virgen, dos o tres chiles, unos aguacatitos (tzitzitos, riquísimos), dos pitahayas, cinco pomarrosas y un puñito de semillas de cilantro.
No sé cuál es el deseo de tu preferencia de todo lo acá dicho. Ricardo no me dio su esencia favorita, pero cuando dijo que el pektech es riquísimo y que los come desde niño, casi casi lo vi saborearse; su mirada se iluminó.
Lo que doña Malenita ofrece es calidad gourmet. Lo que ofrece es propio de los negocios tradicionales de los pueblos maravillosos, como el nuestro. Es parte de ese cimiento fundamental de la cultura que nos da identidad. Ah, bendiciones para las Malenitas del pueblo. Deben tener mucho cuidado en estos tiempos difíciles; ahora que el país vive la tercera ola del virus, los contagios crecen. Todos debemos ser muy cuidadosos, los compradores y los vividores.
Todo mundo sabe que la esencia de la cultura popular se concentra en los mercados. Lo han dicho los sociólogos y gente de la talla de Octavio Paz. Sí, en los mercados mexicanos hay aromas que nos remiten a la infancia, así como el personaje de la novela “En busca del tiempo perdido”, de Proust, tiene una regresión con el aroma de una galleta.
El juego es válido. De lo enunciado, ¿qué elegís del puesto de doña Malenita? No lo dije en forma clara, pero viste que hice un proceso de eliminación: no compraría tzisim, por ejemplo. El juego, ahora, exige que yo elija uno. ¿Cuál? Ah, qué difícil, me gusta la pepita molida; me encanta la pitahaya y me gusta mucho el sabor de ese aguacate pequeño que en Comitán se llama tzitz.
¿Vos qué elegís? A ver. Sí, yo elijo el tzitz. Ah, con una tortilla recién salida del comal, unas gotas de limón, un poco de sal del Himalaya y unas gotas de una salsita molcajeteada, picosita.
Bendiciones para todas las Malenitas de Comitán y para todos los compradores que no regatean, que son generosos casi en la misma forma que son generosas ellas a la hora de abrir sus manos para ofrecer lo que preparan con sus benditas manos.