Alejandro Molinari
Querida Mariana: Pau vio la foto que te anexo y preguntó si era antes de la pandemia o en la pandemia. Le dije que fue mucho antes de la pandemia. Estoy sentado en una banca del parque central de Comitán (con tacuche y toda la cosa). La tarde (como todas las tardes en el pueblo) era tranquila. El sol ya estaba buscando la cama para el descanso (¡mentira!, seguía alumbrando otros territorios del mundo. El sol nunca descansa.)
El sol no descansa, pero yo sí descansaba. ¡Ah!, uno de mis mayores placeres es sentarme en ese parque que fue como el patio de juegos de mi infancia, una extensión de mi casa, que estaba a media cuadra de ese parque. Mis papás nunca dejaron que yo fuera solo, pero ellos me acompañaban cuando tenían tiempo o mandaban a Víctor, el hijo de Sara, la sirvienta, para que me acompañara, para que me cuidara.
Siempre que viví lejos de Comitán; cuando estudiante en la Ciudad de México, o cuando viví en Puebla, añoraba las tardes en mi parque central de Comitán. Sé que en cualquier parque del mundo podía hacer lo mismo: sentarme y ver a las personas caminando, platicando, abrazándose, jugando; pero algo tiene el cielo de este pueblo que no lo tiene ningún otro pueblo del mundo. Sé que para el parisino, las tardes de París son lo máximo y para el habitante de la Ciudad de México una tarde sentado en la Alameda no tiene comparación. Cada persona habla de la feria según la rueda de la fortuna de sus sueños.
Y mis sueños siempre estuvieron sembrados en el suelo de Comitán y siempre volaron, como papalotes, por sus cielos benditos con aroma de juncia y de tenocté.
Cuando le dije a Pau que era una foto de antes de la pandemia dijo que, cuando sea grande, hará un libro con fotografías de estos tiempos. ¿Cuáles? ¿Qué tiempos?, le pregunté. De los tiempos de libertad, de los tiempos de antes de la pandemia, dijo.
Me contó que pedirá a su mamá, primos, tíos, amiguitas y demás conocidos que le regalen una foto de los tiempos de antes de la pandemia y con ello hará el libro. Cada uno le regalará, asimismo, una frase que sintetice la imagen. Dijo que le daba mucha pena este tiempo, donde todas sus amiguitas, cuando salen a la calle, lo hacen con un cubrebocas. Cuando lo dijo puso carita de canario triste.
¿Cómo eran las sonrisas de estos tiempos de pandemia? Nadie lo sabrá, dijo. ¡Pucha!, pensé, cuánta razón tiene la Pau.
Las fotografías, han dicho los expertos, hacen eterno un instante mínimo. Si no fuese por esos testimonios gráficos mucho de nuestra vida se perdería. Antes del descubrimiento de la fotografía, muchas personas contrataban a pintores para que les hicieran retratos. Esos pintores fueron los cronistas, no sólo de la biografía de los personajes sino también de los entornos. Bueno, basta decir que las pinturas de las cuevas en tiempos antiquísimos dan constancia de la vida que llevaban esas personas. Cuando la fotografía apareció, el mundo tuvo oportunidad de registrar con mayor precisión la vida.
Acá en Comitán tenemos los testimonios gráficos de Armando Alfonzo, a través de su educado lápiz. ¿Querés saber cómo era el Comitán de 1940? Buscá el libro “Comitán 1940”, de Armando Alfonzo Alfonzo y tendrás un registro muy cercano. En el libro “Semblanzas”, de Óscar Bonifaz, hallás al Comitán de los años setenta y de épocas anteriores. ¿Querés saber cómo era el Comitán de la primera década de este siglo XXI? Echale una miradita al espléndido libro “Comitán de mis amores. Colores y miradas de nuestra tierra”, que se publicó en el periodo presidencial de José Antonio Aguilar Meza. En este libro hay un compendio de fotografías de algunos de los más brillantes fotógrafos de Comitán. Ahí está un escaneo profundo de la vida de esos años.
Ahora, ¡qué suerte!, todo mundo toma fotografías, con celulares. No todas son fotografías de calidad, muchas son como de ojo pochoroco, pero, nuestros tiempos actuales cuentan con un álbum infinito. Los investigadores del futuro tendrán mucho material para analizar y describir estos tiempos.
El libro que Pau quiere hacer (ojalá concrete su sueño) será un testimonio importante de la vida de antes de la pandemia.
Y, sin duda, otras personas harán los libros que darán constancia de estos tiempos pandémicos. Los del siglo XXII verán las fotografías con los rostros cubiertos con cubrebocas y sabrán que algo desagradable sucedió y revisarán los rasgos y leerán las miradas y descubrirán los gajos de esperanza y las grietas de terror.
Si mirás la foto que te envío verás que es en época otoñal. El árbol que está detrás de mí ya perdió sus hojas. La tarde es plácida, miro hacia la izquierda, algo llamó mi atención, tengo mi cara de piedra de siempre, pero el conjunto ofrece una lectura armoniosa. La pareja del fondo, la que camina hacia donde estoy, platica, van abrazados, casi puedo escuchar sus risas. En 2019, las parejas caminaban abrazadas sin ningún temor. En 2020, cuando apareció la pandemia, el riesgo del contagio obligó a las parejas a limitar sus abrazos, rieron detrás de los bozales abusivos. Era necesario, es necesario. Estos tiempos exigen cuidados extremos para la salud. Si yo saliera al parque central en estos tiempos (no lo hago y lo lamento mucho) esta fotografía variaría un poco, un mucho. Mi rostro tendría un cubrebocas y, tal vez, una careta de plástico. Mi cara de piedra sería la misma, pero mis ojos gritarían el desasosiego de estos tiempos, gritarían: “¡Mierda!, a qué hora se nos jodió la vida.”
En 2019 todo mundo caminaba con libertad, se saludaba de mano o con abrazos. No somos tan liberales como en Rusia o en Francia, pero las chicas sí se saludaban de beso, como de beso se saludan los hombres y mujeres en otros países. Acá no, acá hay un concepto machista que impide manifestaciones de cariño entre hombres. Nada decimos si una pareja de chicas va de la mano, pero, ¡por amor de Dios!, no vaya a pasar frente a nosotros una pareja de muchachos tomados de la mano, porque de inmediato buscamos el agua bendita y queremos exorcizarlos. Esa agua bendita debería servirnos para limpiar nuestros ojos y quitarles los cheles de la inquisición absurda.
Ahora mismo, mientras te escribo esta carta, muchos fotógrafos comitecos toman las fotografías que serán testimonio de estos tiempos. Ya hay fotografías de plazas vacías, de plazas cercadas con bandas que prohíben el paso; ya hay fotografías de patios escolares vacíos, completamente vacíos, sin la riqueza visual y auditiva de los estudiantes. A los lectores del futuro, esas fotografías les dirán de la incertidumbre actual y de cómo la esperanza de un retorno a la vida anterior era apenas una llamita pequeña, titubeante. Esos testimonios dirán cómo, los sobrevivientes de estos tiempos, le hicimos casita a esa vela con nuestras manos, para que la flama no se apagara, para que siguiera siendo una línea de luz en medio de la penumbra.
La tarde de esta fotografía que te envío jamás pensé lo que ocurriría. Mis lecturas de predicción del futuro caminaban por otras bardas, menos apocalípticas. Esos tiempos tampoco eran sencillos, la violencia estaba en aumento, la inseguridad era visible. No salíamos a la calle con tranquilidad, caminábamos por lugares más o menos protegidos. Por esto, a mí me gustaba ir al parque central de mi pueblo, el corazón de Comitán era un espacio más o menos seguro. No le hacía mucho caso a las muchachas que ofrecían su cuerpo con descaro. Yo había llegado a ver, no a comprar.
Salía de casa y caminaba con precaución, a horas donde la actividad era intensa, donde los delincuentes están por otros rumbos.
Pero, ahora, en tiempos de pandemia, la inseguridad de la salud se voló la barda. Todos los espacios pueden ser espacios de contagio. Nadie puede asegurar que no esté contagiada con el virus la persona que (desobligada) camina frente a vos sin cubrebocas y estornuda o escupe. Todo se volvió un territorio peligroso. Por eso, la recomendación gubernamental fue: Si podés, no salgás de casa, quedate en casa, eso hará que la probabilidad de contagio disminuya. Nada está garantizado al ciento por ciento. Ahí tenés al cantante Yoshio que juraba había permanecido en casa y se contagió y, desgraciadamente, murió.
Posdata: Me gustó la idea de Pau. Me dio gusto saber que ella también sueña con libros. No sé si cuando lo haga sea un libro impreso o sea un libro digital. Los libros digitales se han convertido en grandes auxiliares de la mente humana en estos tiempos de pandemia. Alguna fotografía que incluya en su libro será la de una amiguita con cubrebocas que lee un libro en un dispositivo electrónico.