CARTA A MARIANA, CON TIEMPOS ANTES DE LA PANDEMIA

Alejandro Molinari

Querida Mariana: en esta fotografía estoy en el parque central de Comitán. La banca que aparece en primer plano está en una de las esquinas. Estoy sentado en la penúltima banca de esa fila. Los conocedores del parque asegurarán que esta fila de bancas da la espalda al portal donde están los videojuegos y la Farmacia del Ahorro. Aprovecho la sombra que me otorgan los árboles. Esta fotografía no es de esas que ahora dicen: tomame una, así como que no me doy cuenta. Esta fotografía me la tomaron sin que me diera cuenta. Gracias a Dios ya no son tiempos de parque, liga o ligazo, que era un juego perverso de los niños de los años sesenta. Alguien, con una liga estirada, un pedazo de cáscara de naranja en un extremo decía: parque, liga o ligazo. Vos debías buscar en la bolsa el parque; es decir, los pedazos de cáscara de naranja y entregar todo el arsenal o, en su defecto, dar una liga para que el tipo agresor no te diera el ligazo.
Digo que este juego era perverso, porque un ligazo con cáscara de naranja te dejaba una roncha en el brazo o un ardor en las piernas. Los niños disfrutaban esconderse y soltar el ligazo a la hora que pasaba una niña y le daban en las piernas, porque en ese tiempo las mujeres usaban vestidos.
Digo que este juego era perverso, porque, a veces, estabas sentado tranquilamente en una banca del parque y sentías el proyectil contra tu cabeza, volteabas y no hallabas al agresor. El juego se volvió más peligroso cuando los niños cambiaron “el parque”, ya no usaban cáscaras de naranja, sino pedazos de hoja de maguey. Este proyectil ya no era tan inocente, ya tenía su carga letal.
Jugar guerritas con este tipo de armas y proyectiles no era tan inocente como podría parecer. Un disparo en el rostro causaba la pérdida del ojo. ¡Increíble!
Qué bueno que la tarde de la fotografía quien estuvo detrás de mí tenía un sencillo teléfono celular con cámara y a la hora que oprimió el botón no hizo más que tomar esta fotografía que me envió hace dos días.
¿Ya viste qué frágil es la vida? Un simple ligazo puede quitarte un ojo. Tengo amigos que cuando acuden a un restaurante o un bar se sientan contra la pared para no quedar desprotegidos. Ellos explican que no les gusta quedar expuestos a lo incierto. Si se sientan contra una pared aseguran que nadie se acercará por detrás. Ellos odian que un supuesto amigo se acerque por detrás, haciéndose el gracioso, cubra los ojos de la persona que está sentada y haga la pregunta absurda: ¿Quién soy?
Hay un cuento de Jorge Albino donde un sicario llega a una cantina, se sienta en la barra y pide una cerveza. Ve que el cantinero camina a la hielera, la abre, saca una botella, la limpia con un trapo y la abre con un destapador. En el momento que coloca la cerveza frente al sicario ve que el cantinero abre los ojos como si tuviera frente a él al demonio. El sicario toma la botella con la mano derecha y siente que alguien le tapa los ojos y pregunta: ¿quién soy? El sicario somata la botella sobre la barra, la quiebra, eleva su brazo sobre el hombro y le encaja el arma de cristal sobre la cara del tipo que le cubrió los ojos, se retira del asiento, se da la vuelta, saca una pistola de calibre 45 y le sorraja dos balazos en la cara al tipo que se llevó las manos de inmediato a la cara ensangrentada. El sicario, cuando ve que el tipo cae hacia atrás, se guarda la pistola y dice: ¡quién eras! El cantinero, con el rostro helado, en movimiento inconsciente, limpia una y otra vez la barra, y repite constantemente el nombre del muerto: Cachimba, Cachimba. Cachimba era un amigo íntimo del sicario.
Somos frágiles. El hilo de la amistad es muy delicado y tenue. La broma de acercarse y cubrir los ojos de alguien por detrás parecería como un simple ligazo, pero, en ocasiones, como en el cuento de Albino, puede convertirse en una tragedia.
Por eso, tengo amigos que entran a un restaurante o un bar o un antro y de inmediato piden al mesero una mesa al lado de la pared y ellos se sientan donde su espalda está cubierta. Tal vez por eso el nombre de las personas que protegen a los personajes importantes se llaman guardaespaldas en este país. En el idioma inglés el guardaespaldas se llama bodyguard, y mi inglés de primero de secundaria me dice que es una palabra compuesta: body es cuerpo y guard pues guardia. Guardan el cuerpo. Acá se piensa que la espalda es la parte más desprotegida.
Nunca, hasta hace dos días, supe que me habían tomado esta fotografía. Ahora medio mundo tiene celulares y toma fotografías al otro medio mundo. En muchas ocasiones, el otro medio mundo no se da cuenta de esas tomas. Vos y yo hemos escuchado la molestia de muchas chicas que se quejan de tipos que toman fotografías de sus traseros. Alguien avisa y trata de evitar esa toma subrepticia de imágenes. Pues sí, como decía la tía Herlinda, nadie tiene ojos en el tutís.
Ahora que veo esta fotografía advierto que estoy con la vista baja. Antes de la pandemia me encantaba ir al parque, sentarme en esta banca o en otra del circuito interior, cerca del kiosco. Me ponía a mirar la vida pasando frente a mí, tomando notas. Me encantaba comer unos esquites, que los pedía sólo con los granitos de maíz, unas gotas de limón, una pizca de sal y tantito polvojuan. Hago la aclaración, porque a la gente normal le gusta comer los esquites “con todo”; es decir, con mayonesa, queso y salsa roja picante.
Me fascinaba sentarme, abrir un libro y leer, al amparo de la sombra de los árboles, al cobijo del cielo limpio y el vuelo de las garzas que regresaban a la Ciénega, quién sabe de dónde. Sin duda que el día de la toma de esta fotografía tenía un libro entre mis manos. Ahora juego a pensar qué libro era. Difícil decirlo. En ocasiones he realizado una relación de los libros que voy leyendo. Soy un snob, por lo regular inicio al principio de un año y cumplo con la encomienda en forma muy ordenada, poco a poco olvido anotar el libro terminado y llega un instante que no vuelvo a hacer anotación alguna.
Esto que digo, en realidad es un mero juego con vos. Para el instante de la fotografía es irrelevante el título del libro que leo, el nombre del autor. He leído tantas novelas, tantos cuentos, tantos autores que la relación es inmensa. Lo que quiero decir es que la vida de un lector también tiene sus bodyguards, los amigos que nos cubren la espalda. Cuando la vida me da la espalda y genera una nube oscura, yo le doy la espalda a la vida, abro un libro y al hacer este movimiento es como si abriera una ventana en el aire y la luz asoma. Cuando la vida me da la espalda, yo, que trato de no hacer bromas, me acerco y le cubro los ojos con mis manos, lo hago para que la vida se desoriente, para que, sorprendida, se vuelva y me dé la cara, la cara iluminada, la bonita.
A mí, como a cualquier persona, no me gusta que me den la espalda. No, me encanta que me den la cara; me disgustan las personas que esconden su mirada, las que evitan verte a los ojos, pero más me disgusta el acto donde alguien, conocido o no, se da la vuelta y me deja parado a mitad del patio.
Admiro a los amigos que se sientan dando la espalda a la pared. Cuando fui niño, el sacerdote que impartía la misa miraba directamente al altar, lo que provocaba que diera la espalda a toda la feligresía. ¡Ah, qué dilema! ¿A quién darle la espalda? ¿A la imagen del santo o a los feligreses? Y el mojol era el idioma, los sacerdotes oraban en latín. Por fortuna, para los devotos, un día el ritual se modificó: el sacerdote se colocó de frente a los fieles y habló en castellano. Todo mundo entendió qué decía y comprendió el famoso dicho que afirma que el español es lengua para hablar a Dios.
Posdata: la pandemia obligó a que dejara este ritual. Era feliz sentado en una banca del parque central de mi pueblo; disfrutaba enormidades abrir un libro y oír la palabra precisa de muchos de los grandes escritores del mundo. Abrir un libro es abrir una ventana por donde se cuela una luz afectuosa. Hace días estuvo Mario Vargas Llosa en México. En Guadalajara presidió la Bienal que lleva su nombre. ¿Sabés cuál es el lema de la Bienal? “La literatura, último refugio de la libertad”. Sí, la literatura es la ventana por donde siempre se cuela la luz.