CARTA A MARIANA, CON APARATOS GENIALES

Alejandro Molinari

Querida Mariana: la radio es un invento genial. No ha envejecido. Es el Dorian Grey de los medios de comunicación electrónica. Cuando fui niño escuchaba la radio. Los corredores de la casa se iluminaban con voces y música que llegaban desde la Ciudad de México. En casa había una radiola, un aparato de gran belleza. Mi papá encendía la radio y escuchábamos la famosa XEW, la Voz de América Latina. ¡Ah, nadita! Cómo no, si ahí cantaba Toña La Negra, Pedro Infante, María Victoria, Agustín Lara y Pedro Vargas. En mi adolescencia escuché la programación de la XEUI, la primera estación comercial que hubo en Comitán. Claro, como la radio es una ventana maravillosa que abre al mundo, abre el mundo, a las cuatro de la madrugada despertaba para escuchar Radio Nederland, en un radio de onda corta.
Cuando fui a estudiar a la gloriosa UNAM, en la Ciudad de México, en mi mesita de trabajo tenía un radio de baterías donde escuchaba música pop en radio 590, “La Pantera”.
Cuando, en los años noventa, me alejé de Comitán, en mi mochila llevaba dos “mudas” de ropa, la Biblia, dos libros con cuentos de Julio Cortázar y un mini radio de 9 bandas. Ahí tuve el mundo en mis manos, en mis oídos, cerca del corazón.
La radio ha estado presente en mi vida, como está presente en la vida de millones de personas en todo el mundo. Es un chunche portentoso. A mí me encanta ver en caminos rurales, en senderos de tierra, algún caminante con sombrero y un radio. Mientras camina se acompaña con la radio, la acompañante más fiel.
El infiel he sido yo. Conozco amigos, fieles radioescuchas, que siempre están pendientes de lo que la radio transmite. Sus sentidos están concentrados en las ondas hertzianas. Yo, perdón, ahora tengo la radio como telón de fondo. No sé en qué momento perdí la capacidad para escuchar con atención. Antes, mi mente estaba atenta a lo que mis oídos escuchaban. Ahora no. Pongo la radio, pero está en un plano inferior. Ya no es el motivo de mi atención. Ahora, qué pena, mi atención está dirigida a otras actividades. Mientras escribo, la radio suena como si estuviera detrás de la montaña; mientras dibujo, la radio suena como si estuviera en el tapanco; mientras leo, la radio suena como si estuviera a mitad del desierto. Extravié el hilo oyente. Es, qué bobo, como si la radio tuviera lo que en el Comitán de los sesenta llamábamos estática, niebla que impedía escuchar la transmisión con claridad. Mi cerebro de este tiempo tiene estática en su atención. No dejo de escuchar la radio, porque la sigo considerando el más fiel de los medios de comunicación electrónica.
Si mi maestro Cuauhtémoc Alcázar Cancino es el Eterno Joven de Comitán, la radio es la Eterna Joven del Mundo de la Comunicación.
El investigador y escritor comiteco Omar Ruiz escribió en mi muro el 15 de septiembre de este año: “Alejandro, a través de ti, ¿puedes felicitar a los más habladores de Comitán, los locutores, aun cuando sea un día después?” Vos y todo mundo sabe que el 14 de septiembre se celebra el Día del locutor. Bueno, cumplo el encargo y envío una felicitación a los locutores de este pueblo mágico, en nombre de Omar Ruiz. Y lo hago con gusto, porque el prodigio de la radio precisa la participación de muchas personas.
Comitán recuerda con emoción los nombres de los iniciadores de la radio comercial en el pueblo. La mencionada XEUI fue la estación radiofónica pionera. De ese tiempo (hablamos de los años sesenta) a este tiempo corrió mucha agua en el río grande, tanta que ahora ya está casi seco. Con esto quiero decir que la historia de la radio comiteca ahora consigna cientos de nombres de personas relacionadas con el medio. Ahora hay muchas estaciones de radio en amplitud modulada, frecuencia modulada y en el Internet. La radio, niña hermosa, ha crecido en forma generosa y el espectro radiofónico presenta miles de opciones para los radioescuchas. Siempre el mundo estuvo en nuestras manos, pero ahora lo está con más facilidad.
Líneas arriba hablé de la “estática”, ruidazón que impedía escuchar la transmisión con claridad. ¿Sabés qué cuenta la gran escritora Rosario Castellanos de su experiencia radiofónica en Comitán, cuando ella vivió acá, siendo niña?
Ella, reina de la ironía literaria en México, cuenta su experiencia. Te paso copia del fragmento de un ensayo con el título: “Cómo se pasa la vida: el alba de los pueblos, ayer”, publicado en el periódico Excélsior, el 3 de enero de 1970:
“Un profesionista, que recibía publicaciones extranjeras, se enteró -gracias a ellas- de que los hombres blancos y barbados que vivían “más allá de México” (que era el único lugar mítico en el que estaba la acción, en el que ocurrían los hechos, en el que nada era imposible) habían inventado un aparato que transmitía los sonidos desde largas distancias. Estableció un epistolario muy nutrido para conocer hasta el ínfimo detalle y, después de cabildeos en los que intervino el pueblo entero, se decidió a adquirir uno de esos aparatos. Pasado el tiempo prudencial (que, según mis cálculos, ha de haber sido poco más de un lustro) el aparato hizo su arribo triunfal a Comitán. Los técnicos se disputaban el honor de instalarlo y en la noche de la inauguración el dueño organizó una especie de open house.
“A pesar de su hospitalidad generosa, muchos no alcanzaron a entrar y permanecieron en la calle, mirando lo que ocurría en el interior a través de las ventanas abiertas de par en par. Y lo que ocurría era desconcertante. El aparato de radio, ya conectado, no emitía más que unos ruidos confusos, unos zumbidos molestos, unas repentinas descargas que producían en el auditorio la ilusión de estar siendo electrocutado. Era la estática que no disminuiría sino a altas horas de la noche cuando las emisoras estaban a punto de dar por terminadas sus actividades con un último boletín de noticias. Alcanzaba a percibirse muy débilmente y entonces el dueño se incrustaba en el aparato para no perder el mínimo eco.
“Los demás permanecían a distancia esperando que el intérprete accediera a comunicarles en voz alta lo que había escuchado. Pero, ay, o estaba aquejado de sordera o no entendía de lo que se trataba o amaba el misterio. Pero es el caso que la mayor parte de las veces se volvía a los suyos, con un gesto de complicidad a los de “más allá de México”, y declaraba que lo que se había estado debatiendo eran “cosas de ellos” y que no quería pecar de indiscreción”.
Genial. ¿A poco no? Ah, la gran Rosario, siempre deliciosamente irónica. El personaje es para novela. Imaginá que no fuera sordo, ni que nada entendiera, o fuera amante del misterio, sino que hubiera sido un gran cuentero. Y cuando las personas esperaban que sacara la cabeza del aparato contara historias ficticias. Ah, el más grande cuentero del mundo habría estado en este pueblo, todo inspirado por la radio, porque este chunche da para mil historias, verdaderas y ficticias.
En Comitán aún está por escribirse la historia de la radio. Esta historia debe contener datos técnicos e información de vida, pero, sobre todo, debe integrar los nombres de los grandes personajes de la radio comiteca y sus anécdotas, miles de anécdotas, graciosas o dramáticas.
Hablé de la XEUI. En un principio estuvo por el rumbo del Hotel Los Lagos, luego se cambió al centro de la ciudad. Yo conocí los estudios en la planta alta del edificio donde estaba el restaurante Nevelandia, frente al parque central de Comitán. Ahí presencié el programa en vivo: “La hora del aficionado”, los participantes cantaban en el balcón y la audiencia, cientos de personas, abarrotaban el parque central con la cabeza levantada. Si el cantante era desafinado un enmascarado le tocaba la campana. Por ahí hay anécdotas, porque cuentan que un descalificado identificó quién era el campanero y lo buscó para darle de moquetazos.
También conocí los estudios en una casa a media cuadra del hotel “Corazón de café”; y los estudios que tuvo en la calle donde ahora está el hotel “Casa Delina”. Colocaron un cristal que daba a la calle y permitía que los paseantes vieran el interior de la cabina y a los locutores poniendo discos en la tornamesa y hablando frente al micrófono. La gente repegaba su cara y miraba con emoción el vientre que paría los sonidos que llegaban a las radios de todo Comitán y de un poco más allá.

Posdata: la historia de la radio comiteca también debe estar llena de testimonios de fieles radioescuchas. Tebys López escribió en redes sociales: “la XEUI estuvo en un local en la segunda planta, si no mal recuerdo, porque me llevaron a cantar cuando estaba en el kínder, hace como 46 años”. Recuerdo genial.
Hay actividades profesionales que permiten escuchar con atención. Tuve un amigo (ya fallecido) que era sastre. En su sastrería siempre estaba en primer plano en el mostrador un gis blanco con el que marcaba las telas y en un extremo el radio que sonaba todo el día. Antes de la pandemia, en el Colegio Mariano N. Ruiz, un grupo de albañiles, dirigido por el maestro Odulio, construyó una ampliación de salones y, mientras pegaban ladrillos o llevaban la mezcla en las carretillas, escuchaban el noticiario de Luis Octavio Jiménez Pinto.
No sé en qué momento extravié mi capacidad de atención radiofónica. Sigo escuchando radio. Sí, pero siempre está de fondo, como si yo viajara sobre una barca y el radio estuviera sobre el lomo de un cocodrilo que, por momentos, se queda dormido en la orilla.